

Esta Basílica dedicada a la estrella del mar, la Virgen María, se encuentra ubicada en la cima del monte Carmelo, que forma parte de una cadena montañosa que lleva su nombre y marca la dirección que tomaban las caravanas que se dirigían desde Roma hacia oriente. Stella Maris o estrella del mar, por que guía a los navegantes en su llegada a la Palestina…

Pero la historia se remonta, al profeta Elías, que vivió en esta cueva, que se encuentra en el interior de la Basílica.
En el siglo IX a.C. Elías, que su nombre es helenizado del nombre hebreo Ēliyahū y que significa “mi Dios es Yahveh”, era un “hombre de sentimientos semejantes a los nuestros”, así que no sería raro que tuviera algo de miedo. Lo que está claro es que, frente a un pueblo infiel, un rey apóstata y unos sacerdotes sedientos de sangre, Elías debe sentirse terriblemente solo.
Desde hacía mucho tiempo, numerosos israelitas se habían apartado de servir a Jehová para dar culto a los dioses falsos de las naciones vecinas. Pero en los días del profeta Elías, esta antigua disputa entre la religión verdadera y la falsa llegó a un punto extremo.
El rey Ajab había ofendido gravemente a Jehová. Se había casado con Jezabel, la hija del rey de Sidón. Ella estaba decidida a erradicar la adoración a Jehová y a difundir el culto a Baal por todo Israel. Ajab se dejó influir enseguida por su esposa y edificó un templo y un altar a Baal. De hecho, dio un terrible ejemplo al pueblo postrándose ante ese Dios pagano.
Jehová había enviado a Elías ante Ajab para anunciarle una sequía que duraría hasta que el profeta mismo decretara su fin. Pasaron algunos años antes de que Elías volviera a presentarse ante el rey, y cuando lo hizo, fue para decirle que reuniera al pueblo y a los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo.
Desde su cumbre, hay una espectacular vista desde el cercano mar Mediterráneo y el valle torrencial de Cisón, abajo, hasta las distantes montañas del Líbano al norte. Pero, conforme sale el Sol en este día trascendental, la luz pone al descubierto un paisaje deprimente. La fértil tierra que Jehová había entregado a los hijos de Abrahán se ha convertido en un terreno estéril y abrasado por el sol, arruinado por la insensatez del propio pueblo de Dios.
Aquellas personas no se daban cuenta de que tenían que elegir entre adorar a Baal y adorar a Jehová. Pero habían olvidado una verdad fundamental, una verdad que muchos olvidan hoy también: Jehová no comparte su adoración con nadie. El Creador exige y merece que se le dé devoción a él exclusivamente. Por eso, toda adoración que se le rinda pero que esté mezclada con cualquier forma de idolatría es para él inaceptable y hasta ofensiva.
Elías les propone a los sacerdotes de Baal una prueba clara y sencilla. Tienen que preparar un altar y poner un sacrificio sobre él, orar a su dios y pedirle que encienda el fuego. Y Elías, por su parte, hará lo mismo. ¿Con qué objetivo? El profeta explica que el Dios “que responda por medio de fuego es el Dios verdadero”. Por supuesto, Elías sabe muy bien quién es el Dios verdadero. De hecho, su fe es tan fuerte que hasta les da a sus enemigos todas las ventajas. Les dice que vayan ellos primero. Así que, tras escoger el toro que quieren sacrificar, comienzan a suplicarle a Baal.
Los profetas de Baal ya han preparado su sacrificio y están clamando a su dios. “¡Oh Baal, respóndenos!”, gritan una y otra vez. Van pasando los minutos y las horas. “Pero no hubo voz, y no hubo quien respondiera”, dice la Biblia. Al mediodía, Elías empieza a ridiculizar a aquellos impostores, afirmando en son de burla, que Baal debe estar muy ocupado para responderles, que estará haciendo sus necesidades o que se habrá quedado dormido y necesita que lo despierten. “Llamen a voz en cuello”, les sugiere. Evidentemente, veía el culto a Baal como lo que era: una farsa absurda, y quería desenmascararlo ante todo el pueblo.
Al oír esto, los sacerdotes de Baal se ponen aún más histéricos y empiezan a “clamar a voz en cuello y a cortarse según su costumbre con dagas y con lancetas, hasta que hicieron chorrear la sangre sobre sí”. ¡Y todo para nada! “No hubo voz, y no hubo quien respondiera, y no se prestó ninguna atención.” Así es, Baal no existía; no era más que una invención de Satanás para apartar a la gente de Jehová. La lección es clara como el agua: no hay mejor amo que Jehová y todo el que siga a otro Dios sufrirá decepción y vergüenza.
Ya a última hora de la tarde, le llega el turno a Elías para ofrecer su sacrificio. Primero repara un altar de Jehová que había sido demolido, sin duda por los enemigos de la adoración pura. En total utiliza 12 piedras, tal vez para que las tribus que forman la nación de Israel recuerden que aún están bajo la Ley que Jehová dio a las 12 tribus en tiempos de Moisés. Entonces prepara su sacrificio y empapa todo con agua, posiblemente obtenida del cercano mar Mediterráneo. Incluso cava una zanja alrededor del altar y la llena de agua. Como vemos, a diferencia de todas las ventajas que les dio a los profetas de Baal, Elías pone toda clase de obstáculos para que su sacrificio prenda fuego. Así demuestra que confía plenamente en el poder de su Dios.
A continuación, Elías hace una oración sencilla en la que revela claramente qué cosas le preocupan. Lo primero y más importante para él es dar a conocer que Jehová es el único “Dios en Israel”, y no ese Baal. Lo segundo es que sepan que él no es más que un siervo de Dios, así que toda la gloria y el mérito debe darse a Jehová. Por último, también vemos que sigue preocupado por sus hermanos israelitas, pues desea que Jehová vuelva “atrás el corazón de ellos” y se arrepientan. Pese a las desgracias que han provocado por su falta de fe, Elías todavía los ama.
Cuando Elías comenzó a orar, es posible que muchos se preguntaran si Jehová resultaría ser un dios tan falso y decepcionante como Baal. Pero, al concluir la oración, toda duda se disipa, pues el relato dice que “el fuego de Jehová vino cayendo, y se puso a comer la ofrenda quemada y los pedazos de leña y las piedras y el polvo, y lamió el agua que estaba en la zanja”. ¡Qué respuesta tan espectacular ! Elías no era ningún fanático. Lo que hizo fue obedecer a Jehová ordenando una ejecución justa de los sacerdotes de Baal, como marca la ley…


Pinturas que se encuentran en los distintos altares de la Basílica, son representativas del Carmelo…
Hacia finales del siglo XII, durante el período de las cruzadas, un pequeño grupo de ermitaños latinos se estableció en la ladera del Monte Carmelo, con el deseo de imitar al profeta Elías, adoptando una forma de vida eremítica.
Siguiendo las huellas de la experiencia del profeta, con la misma pasión con la que él proclamó: «Ardo de celo por el Señor, Dios de los ejércitos», los ermitaños emprendieron una vida de silencio y de soledad, habitando en las grutas de la montaña y meditando la palabra del Señor.
Entre el 1206 y el 1214 el prior, del que se conoce solo la inicial del nombre, pidió a Alberto, Patriarca latino de Jerusalén, de aprobar para los ermitaños una regla de vida. De este modo consiguieron ser acogidos oficialmente como comunidad en el ámbito de la Iglesia local, preludio para el reconocimiento como Orden religiosa, que tuvo lugar algunos decenios más tarde por parte del Papa. Pocos años después, hacia el 1220, construyeron en medio de sus grutas una capilla dedicada a la Virgen, que fue considerada por los ermitaños como madre y patrona, modelo de vida y de oración.
Alrededor del 1240 iniciaron las primeras fundaciones de conventos en Europa. También el rey de Francia, Luis IX, de vuelta de la cruzada (1254), se llevó consigo algunos carmelitas, favoreciendo así su expansión.
En el 1291, con el asedio y la conquista de San Juan de Acre por parte de los Mamelucos, los carmelitas se vieron obligados a abandonar la Tierra Santa por alrededor de dos siglos y medio.
Después de idas y vueltas, la iglesia actual y el convento fueron construidos siguiendo el proyecto y la supervisión del carmelita descalzo fray Giovanni Battista Cassini, experto en arquitectura. Los trabajos iniciaron en el 1836.
Tres años después el Papa Gregorio XVI otorgó a la iglesia el título de Basílica menor. El santuario recibió el nombre de Stella Maris, que significa «Estrella del mar».

EL ESCAPULARIO DEL CARMEN…
Es un signo aprobado por la Iglesia desde hace varios siglos, que representa nuestro compromiso de seguir a Cristo, como Maria:
Abiertos a Dios y su voluntad
Guiados por la Fe, la esperanza y el Amor
Cercanos al Prójimo que necesita
Orando y descubriendo a un Dios cercano en toda circunstancia.
Como un signo que nos introduce en la familia del Carmelo
Y signo que nos introduce al encuentro con Dios en la vida eterna,
bajo la protección de Maria Santísima
Estrella del Mar, que guías la Barca hacia Nuestro Señor Jesucristo!
Desde el trono de tu Gloria, atiende nuestras suplicas…
¡Oh Madre del Carmelo!